
El siglo XXI se caracteriza cada vez más por las tragedias que asolan el mundo árabe. Fuerzas tribales, étnicas, regionales, religiosas y de otro tipo luchan entre sí por el poder, mientras los Estados árabes parecen deshacerse o incluso desmoronarse por completo. La división histórica entre suníes y chiíes sigue siendo tan profunda como siempre, y los yihadistas están ganando terreno en todo el mundo árabe. Esto plantea interrogantes sobre sus implicaciones para los Estados árabes en la era moderna.
Mundo occidental
Desde que el mundo occidental irrumpió por primera vez en la esfera árabe-islamista, hace más de 200 años, los árabes han estado atormentados por la cuestión de por qué ellos – portadores de un patrimonio cultural tan magnífico – se encuentran ahora en tal desventaja. Se han esforzado por comprender cómo podrían competir con naciones más desarrolladas.
Para conseguirlo, debían afrontar cuatro retos: Primero, crear Estados soberanos con instituciones nacionales que funcionen y que dependan de ciudadanos cooperativos. Segundo, desarrollar la capacidad de producir tecnología, lo que les aseguraría una posición competitiva en la economía mundial. Tercero, manejar el Islam de forma que inculque valores que unan a la sociedad -como la identidad común y la solidaridad-, pero también neutralizar los elementos violentos que buscan restaurar las costumbres del pasado. En cuarto lugar, sacudirse la influencia neocolonialista y la implicación de las superpotencias, y actuar con independencia en la escena internacional.
Estas tareas cobraron relevancia cuando los Estados árabes accedieron a la independencia, aproximadamente a mediados del siglo XX; o, al menos, parecía que entonces habían empezado a enfrentarse a estos retos. En algunos de los Estados árabes, los regímenes revolucionarios nasseristas-baasistas llegaron al poder y asumieron estas cargas. Fundaron instituciones nacionales y crearon sistemas educativos para adoctrinar al pueblo y aumentar la afinidad del individuo con el Estado. Nacionalizaron la producción, construyeron plantas industriales y enviaron a la gente a las universidades, con la esperanza de hacer avanzar las capacidades científicas y tecnológicas de su país. Lo llamaron «socialismo árabe«.

Se cultivó el Islam como símbolo, pero los propios regímenes eran laicos y mantuvieron sometido al movimiento islámico. Desmantelaron las bases militares extranjeras y desecharon estrategias militares extranjeras como el Pacto de Bagdad de 1955, que estableció la METO, una organización de tratados (calcada de la OTAN) que incluía a Gran Bretaña y a los Estados de Oriente Próximo, pero que se disolvió en 1979. Los nuevos Estados árabes independientes trataron de establecerse colectivamente como potencia mundial y se alinearon con el bloque africano-asiático; lo calificaron como una especie de «neutralidad positiva».
Déficit de conocimientos
La realidad árabe actual es muy diferente. El flagrante error de los dirigentes fue creer que en esta región «las sociedades pueden ser débiles, pero los Estados son fuertes». Resultó que los sistemas de intimidación y represión no reflejaban fortaleza, sino debilidad. Cuando comenzaron las revueltas y las facciones no estatales se hicieron más poderosas y empezaron a predicar una nueva realidad, algunos de los Estados se derrumbaron, mientras que otros luchan por mantener su estabilidad.
Desde la perspectiva actual, no es difícil explicar el fenómeno. Parece que los Estados árabes, en diversos grados, eran entidades huecas; sus marcos conceptuales eran débiles. Se crearon durante la Edad Moderna y carecían de nombre, porque tales entidades no existían antes de su establecimiento. El léxico árabe clásico no incluía una palabra para «Estado» o «nación». En su lugar, se adaptó la palabra que significaba «dinastía» o familia gobernante. El concepto de nación se convirtió en sinónimo de dinastía que sube y baja. Así, amplios sectores de la población respaldaron la idea de que cuando el régimen cae, el Estado deja de existir.
En Occidente se tiende a pensar que el derrocamiento de un régimen autoritario puede conducir a la instauración de una democracia. Sin embargo, la amarga experiencia ha demostrado que derrocar a los gobernantes provoca el colapso de todo el sistema, y entonces la alternativa es el caos. Esta es también la causa fundamental del fracaso de la juventud que lideró la Primavera Árabe. Resultó que, si bien es posible derrocar a un dictador, faltaban los fundamentos adecuados para fomentar la democracia después, tanto conceptual como institucionalmente.
Estados árabes
No se puede eludir la conclusión de que, a estas alturas, la mayoría de los Estados árabes sólo pueden funcionar con cierto nivel de estabilidad bajo regímenes autoritarios o monarquías tradicionales. El reto de crear naciones similares a las del Occidente moderno aún está por cumplir.
También se han producido fracasos similares en el frente económico. Es cierto que en algunas naciones árabes se produjo un desarrollo económico que condujo a la prosperidad y, en algunos casos, incluso a una gran riqueza (Qatar, por ejemplo, es el país más rico del mundo en términos de PIB per cápita, mientras que Kuwait ocupa el cuarto lugar). Los Estados árabes necesitan divisas para importar alimentos esenciales, pero no reciben suficientes de la venta de recursos naturales, el turismo, la gente que trabaja en el extranjero y, en el caso de Egipto, del Canal de Suez.
Los productos árabes apenas están representados en el mercado mundial. Comparemos Egipto y Corea del Sur, donde las condiciones económicas eran similares cuando ambas naciones alcanzaron la independencia. En la actualidad, Corea del Sur exporta de todo, desde electrónica de alta tecnología hasta automóviles y barcos: como resultado, su economía es cinco veces mayor que la de Egipto.
El vertiginoso crecimiento de la economía mundial se basa principalmente en el conocimiento, y los países que no pueden igualar el ritmo de desarrollo se quedan atrás. En la mayoría de los países árabes, el nivel de conocimientos científicos y tecnológicos no alcanza los niveles necesarios para apoyar medios de producción avanzados e innovadores. Un informe de las Naciones Unidas de 2002, «Desarrollo Humano Árabe», lo denominó «déficit de conocimientos» y determinó que éste era uno de los tres factores que obstaculizaban el desarrollo de las naciones árabes. El conocimiento en el mundo árabe no está a la altura porque sus escuelas y universidades ponen demasiado énfasis en la memorización y el aprendizaje de memoria.