
«Niños, nos vamos de Irán», dijo mi padre con calma pero con firmeza.
Sólo tenía 14 años cuando mis padres nos sentaron a mis dos hermanas y a mí para darnos la noticia. Amábamos nuestro país y no entendíamos por qué mis padres tomaban una decisión así. Pero a esa edad «ir a otros lugares» era atractivo, así que no me opuse. Pensaba que íbamos a volver. Nunca lo hicimos.
Como bahá’ís, mis padres creían en la importancia de la educación, especialmente para las niñas, ya que las mujeres son las principales educadoras de la siguiente generación. A mi madre se le llenaban los ojos de lágrimas cuando nos contaba que su propia educación se había visto truncada en 1979, cuando estaba preparando sus exámenes universitarios.
Revolución Islámica
Había comenzado la Revolución Islámica, tras la cual todos los bahá’ís fueron expulsados de la universidad y se negó la entrada a otros estudiantes, una práctica que continúa hoy en día. Mi madre fue la primera generación de bahá’ís a la que se negó el acceso a la educación por política estatal. Mis padres no querían que mis hermanas y yo pasáramos por lo mismo. Había que elegir entre su patria y la educación de sus hijas. Nunca sabré qué carga emocional debieron de soportar.
Han pasado años desde que mis padres tomaron la decisión de abandonar Irán. Ahora tengo 32 años y, mientras escribo este artículo, reflexiono sobre lo afortunada que soy por tener la oportunidad y la libertad de completar un doctorado que, como era el deseo de mis padres, espero que sea una herramienta con la que pueda contribuir a mejorar la sociedad.
Pero no se trata de mí ni de la historia de mi vida. Se trata de todos los demás bahá’ís que siguen en Irán y a los que se les niega el acceso a la educación superior cada día. Se trata de quienes han decidido permanecer en su patria y reclamar su derecho a acceder a la educación, con la esperanza de que ellos también puedan contribuir a la prosperidad del país que aman.
Cuando tenía 14 años, era ajeno a todo lo que ocurría en Irán. Sólo mucho más tarde, cuando empecé a analizar mi pasado y mi identidad como bahá’í, me di cuenta de que la exclusión total de los bahá’ís en el artículo 13 de la Constitución iraní dejaba a toda una comunidad sin medios de reparación. Entonces me enteré de las políticas estatales «confidenciales«, como el Memorándum de 1991 elaborado a petición de Ali Jamenei, Líder Supremo de Irán, en el que se daban instrucciones al gobierno para que tratara a los bahá’ís de tal modo «que su progreso y desarrollo quedaran bloqueados».

Tras muchas presiones internacionales, el régimen iraní ha permitido la entrada de unos pocos bahá’ís en las universidades para mantener una buena imagen ante la comunidad internacional. Sin embargo, incluso estos estudiantes bahá’ís son expulsados antes de obtener un título. Permítanme contarles algunos ejemplos reales: Elham, que estudiaba ingeniería informática en la universidad de Malard-Azad; Sahba, que estudiaba ciencias aplicadas en la universidad de Kermanshah; Shomeis, que estudiaba arte dramático y dirección en la universidad de Teherán-Azad; y Arsalan, que estudiaba ingeniería de materiales en la universidad de Ahvaz-Shahid Chamran. Todos han sido expulsados bien entrados en sus estudios debido a sus creencias en la Fe Bahá’í.
Ante la expulsión masiva, la comunidad bahá’í desarrolló una respuesta pacífica y creativa creando el Instituto Bahá’í de Enseñanza Superior, una universidad privada formada por académicos expulsados de universidades estatales por sus creencias religiosas. El instituto ha sido allanado en numerosas ocasiones y el profesorado y el personal administrativo han sido encarcelados.
Decepción
Reconozco que, al salir de Irán a los 14 años, me ahorré la decepción y la consternación que miles de estudiantes bahá’ís sufren cada año cuando se les deniega la matrícula en las universidades con el pretexto de un «expediente incompleto». Es difícil imaginar el tipo de sentimiento que tuvo Dorsa, una joven bahá’í que estudiaba arquitectura, cuando la citaron en la sede de la Oficina de Información y le dieron a elegir entre las siguientes tres opciones: mantener sus creencias y ser expulsada de la universidad, marcharse al extranjero para continuar sus estudios, o retractarse de sus creencias y continuar sus estudios. Las autoridades son plenamente conscientes de que los bahá’ís, por principio, no niegan ni mienten sobre su afiliación religiosa.
La fe bahá’í considera la religión como un sistema divino y progresivo de conocimiento que proporciona enseñanzas espirituales y sociales que permiten avanzar a la humanidad. Los bahá’ís reconocen a Bahá’u’lláh como el «Educador Divino» -o manifestación de Dios- más reciente que ha aportado las enseñanzas espirituales y sociales necesarias para la época actual. Las enseñanzas de Bahá’u’lláh sobre la igualdad de mujeres y hombres, la educación universal y la ausencia de clero desafían muchas de las creencias y prácticas que se mantienen hoy en Irán.
El acceso a la educación es un derecho humano universal. Todos, incluidos los bahá’ís, tienen derecho a él en virtud del artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Sin embargo, debido a que durante generaciones se ha prohibido y expulsado a los bahá’ís de las universidades de Irán, es posible que muchos se hayan insensibilizado ante esta realidad discriminatoria y consideren esta violación de los derechos humanos como la norma. Debemos asegurarnos de que la comunidad internacional no cae presa de la falsa sensación de comodidad de la tiranía.